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11 de agosto de 2011 | |

Rodeados

Con Amado Ferrari, apicultor uruguayo

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La cooperativa apícola CALAPIS agrupa a una treintena de familias mayoritariamente ubicadas en el litoral norte del Uruguay, en la ribera del río que da su denominación al país y es al mismo tiempo frontera con la vecina, Argentina.

El 95 por ciento de su producción va destinada a la exportación, en especial a la Unión Europea, donde Alemania es la principal acopiadora de mieles del planeta. Sin tratarse de un rubro masivo, la apicultura es una actividad especialmente apta para la producción familiar y su aspecto de polinización juega un papel principal en la conservación de la biodiversidad.

Sin embargo, de una década a esta parte muchas son las familias apicultoras que han tenido en carne propia repercusiones de la expansión de los dos principales monocultivos: soja transgénica y forestación. Ambas expresiones del agronegocio ocupan, cada una, un millón de hectáreas y han significado un duro golpe para los apicultores, que han visto decaer la calidad de las mieles -debido a la reducción de especies y por ende los pólenes que a través de sus aminoácidos forman la “materia prima” de las mismas procesada en la colmena- y al mismo tiempo elevados sus costos de producción al hacerse necesario recorrer más y más kilómetros para ubicar el apiario.

Así lo relató a Radio Mundo Real, Amado Ferrari, integrante de CALAPIS y productor en el departamento de Paysandú, unos 350 kilómetros al norte de Montevideo.

El accionar de los apicultores uruguayos ha motivado la prohibición por parte de las autoridades del uso del poderoso insecticida fipronil, que se aplicaba por aspersión en los montes forestales contra la hormiga. Fueron decenas las colmenas denunciadas como devastadas por el uso masivo de este insecticida que, formalmente fue prohibido aunque se siguen reportando casos de envenenamiento.

Desde las autoridades del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca se apuesta a una “coexistencia” a través de un sistema de ubicación georeferencial de los apiarios para informar a las empresas que realizan las aplicaciones.

Sin embargo, la expansión de los cultivos transgénicos ha traído aparejadas nuevas dificultades para el sector, señala un reciente informe de la organización RAPAL Uruguay. En su boletín correspondiente a julio de este año se señala que precisamente en 2011 “apicultores alemanes entablaron una demanda en la Unión Europea contra la importación de miel desde Uruguay, argumentando que contenía polen transgénico”, al tiempo que “quitaron a la miel uruguaya el estatus de producto natural, tras encontrar rastros de transgénicos en varias muestras que serían vendidas en Europa”.

Según ese mismo artículo, citando fuentes periodísticas “con la prohibición de la entrada de la miel a Europa por haberse detectado polen de cultivos transgénicos se calcula que más de 20 millones de dólares” en comercialización se perdieron este año.

Ferrari explicó que su organización intenta mejorar la calidad de vida de las familias dedicadas a la actividad apícola y remarcó las amenazas que significan los monocultivos, así como el sistema de arrendamiento masivo de tierras con destino a la agricultura, que ha expulsado a los apicultores.

Asimismo, mencionó la variabilidad climática como una de las causas del decaimiento de la producción apícola en Uruguay, donde el régimen de lluvias se ha visto seriamente modificado, así como las floraciones que son la base de la producción de la colmena.

(CC) 2011 Radio Mundo Real

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